Este domingo Jesús se animó a hablar de nosotros... ¡Qué expresión! Sí. Cuando le dijo a los ancianos y los sumos sacerdotes que el Reino de Dios les sería quitado y se lo daría a un pueblo que dé frutos se refería a nosotros.
Nos ha dado su Reino. Nos lo dió con todo derecho de ciudadanía: Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo, Quien a ustedes los escucha a mí me escucha... de verdad nos lo dio con todas sus ganas y sus esperanzas. ¿será que confía en nosotros?
¡Qué imprudencia, Señor! ¡No ves que somos pequeños e incoherentes1 ¡No ves que algunos pensamos que no necesitamos tu gracia en la Eucaristía y por eso no vamos a la misa los domingos! ¡No ves que otros pensamos que tienes que perdonarnos nuestros pecados porque sos bueno, y nosotros decidimos que lo harás del modo que a nosotros nos parece, y por eso no nos confesamos! ¡No ves que algunos nos escandalizamos de pensar que alguien tiene la voz de Dios en su voz o alguna autoridad para decirnos cómo tenemos que llegar hasta vos; y por eso hacemos nuestro camino hacia Dios como a nosotros nos parece... porque nosotros sí que tenemos esa autoridad y sabemos mejor que tú cómo llegaremos a Dios.
¿En qué se basa tu confianza en nosotros?
En tu amor...
porque es más fuerte que la muerte y que el pecado. Porque tu amor nos levanta día a día y nos trae con suavidad hacia la fuente de la vida. Porque tu presencia viva y real en la hostia consagrada, ofrecida al Padre por nuestra Salvación, nos enseña el camino de la humildad de Dios que se ofrece una y otra vez llamándonos a la conversión.
¡Sí! Somos ese nuevo pueblo que puede dar frutos y al que le has confiado tu Reino.
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