domingo, 27 de febrero de 2011

RETIRO ESPIRITUAL PARA LOS ANIMADORES DE LA CATEQUESIS. Temas tratados


Reflexión espiritual sobre la misión de la Iglesia



a-                  Qué es ser Iglesia
La Iglesia se entiende a sí misma como “Sacramento universal de Salvación”. Así se autodefine en el Concilio Vaticano II. Esto es “Sacramento” porque ella significa y contiene la salvación ofrecida por el Padre Dios en Cristo. “Universal” porque es para todos los hombres de todos los tiempos y porque contiene una verdad que debe alcanzar a todos. “Salvación” que implica la conciencia de la necesidad de ser salvados. El hombre necesita ser salvado y experimenta diariamente la necesidad de la salvación: el sentido de la vida, el lugar del sufrimiento, el valor de las cosas materiales, el valor de la persona humana, el sentido de la sociedad y de la historia, el significado de los acontecimientos contemporáneos, el bien y el mal. Todas estas experiencias necesitan ser respondidas desde la Iglesia de varias maneras: como testimonio, al vivir ella su vocación de ser un signo para el mundo. Signo de la unidad que se puede vivir con todos los hombres, signo de la esperanza del bien que ya se puede disfrutar en este mundo al construir una sociedad “perfecta”, signo de la presencia de Dios que particularmente ejerce mediante el culto y su labor mediadora ante Dios. De este modo, la vida del discípulo es mucho más que un simple testimonio de bien moral que se le debe a los demás. Es ante todo una presencia de Dios para los demás. Presencia que salva, de tal modo que las mismas acciones de la Iglesia significan y realizan (por ello es sacramento) la presencia y la salvación divinas.
Nosotros, los aquí presentes, somos esa Iglesia. Lo somos porque fuimos llamados desde nuestro Bautismo a ser discípulos y a formar una comunidad de discípulos. Lo somos porque encarnamos lo que es esa comunidad llamada Iglesia en la Parroquia. Es aquí donde las personas encuentran esa experiencia y llamado de Dios. Debemos asumir esta misión y mirar como “cuerpo” nuestro ser y nuestra misión en el mundo.
b-                  Qué lugar ocupa en la Iglesia el catequista
Como en otro momento lo hemos señalado y enseñado, la catequesis es una parte de la misión de la Iglesia. Ella consiste en “enseñar la fe”. Un ejemplo testimonial lo tenemos en la pregunta que todos los que habían escuchado el mensaje del Apóstol Pedro después de Pentecostés (Kerigma) le preguntaron “¿Qué debemos hacer para alcanzar la salvación? (catequesis).Este qué debemos hacer es precisamente la tarea del catequista. El catequista enseña a vivir la fe. Esta enseñanza no sólo es válida, es necesaria.

Muchos cristianos dicen que son católicos porque han recibido los Sacramentos de Iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), pero no saben que tienen una misión como bautizados y confirmados, no saben que están llenos del Espíritu Santo, no saben orar, no saben el valor infinito de la Eucaristía, no saben lo que es estar en gracia de Dios o perderla, y por eso mismo no valoran los Sacramentos, no valoran la fe y se mantienen lejanos de la Iglesia. Para completarla, creen que saben de la Iglesia porque escucha a los que hablan mal de ella, y peor aún, identifican esta mala Iglesia con los ministros de la Iglesia; reducen su enseñanza al mal testimonio, verdadero o falso, de los ministros de la Iglesia; y aún más, ni siquiera saben que ellos mismos son la Iglesia, y que están llamados a edificarla con su propio testimonio.

Esta enseñanza va, como vemos, precedida del Kerigma. El que es catequizado debe “desear” aprender la fe. Y por ello, el catequista debe provocar ese deseo mediante el anuncio kerigmático, el cual se da de muchas maneras, es una provocación a la fe

c-                   Cuál es la situación general de la fe en la Iglesia
a.                   El desorden familiar: Por el mismo concepto de la catequesis cae de maduro que los principales catequistas son los padres. Ellos tienen la clave de esa vivencia que despierta la fe del niño. Pero si esos padres no sólo no han hecho una experiencia de la fe, menos que menos serán catequistas, porque sentirán desinterés por enseñar una fe que ni ellos mismos quieren ni comprenden. Las familias con altísima frecuencia son inestables, parejas que se hacen y deshacen, permaneciendo la madre como la principal impulsora de los eventos religiosos de los hijos, y evidentemente, no tendrán un deseo explícito ni claro del bien espiritual de sus hijos, con excepciones.  Muchos padres traen a sus niños a nuestra comunidad por motivos ajenos a la fe: porque la primera comunión es una fiesta social, porque es una tradición, porque hay que hacerlo, etc. Y obviamente por ello, no tienen ningún interés en pensar ni acompañar un proceso de aprendizaje de la fe y su consecuente vivencia.
b.                   La indiferencia religiosa: Es un ingrediente social provocado por varias motivaciones:
i.                        las sectas, que con su invasión doctrinal tan diversa e insistente provocan el hartazgo en las personas y la sensación de que todo es igual o de que nada vale la pena;
ii.                        el apego a las cosas de este mundo, desde el consumismo que lleva a valorar los bienes que se pueden tener como objetivo de la vida y suficiente distracción para estar atentos a los bienes espirituales, o
iii.                        los sistemas de trabajo que absorben a las personas en su horario que sólo les queda deseo de distraerse y descansar en vez de ocuparse de otra cosa.
c.                   La ignorancia religiosa: Este hecho afecta mucho más a las personas devotas que cultivan su vida espiritual. La mayor parte de las veces son familias que “rezan”, que “creen”, que “aman a la Virgen”, y hasta allí llega su sentido y conocimiento de la fe. Generalmente ignoran que hay más por conocer, e ignoran que le significa un compromiso. Muchas pastorales parroquiales aún se apoyan en esta fe enclenque de las familias y las fomentan con devociones sin intentar evangelizar a esos bautizados. Son finalmente, fácil presa de las sectas que los deslumbran con sus argumentos artificiosos apoyados en la Sagrada Escritura. De allí que encontremos detrás de los niños y de los adultos, familiares “evangélicos”, o “testigos de Jehová”. Católicos ignorantes de su fe que debe ser para nosotros un llamado más fuerte a un ministerio catequístico más profundo.
d.                   La apostasía: El apóstata, o sea, el que apostata de la fe, es el que renuncia a su condición de cristiano, despreciando a Cristo y considerándose ajeno a la Iglesia. Actualmente han comenzado a aparecer provocados por un movimiento de ateísmo militante. Afecta a muchos bautizados desencantados de la vida de la Iglesia, y que a su vez, no tienen un interés real por la vida espiritual, la cual finalmente niegan. Muchos de los bautizados que vienen a las misas de Primera Comunión, o Confirmación, o de distintos eventos de la catequesis son estos apóstatas de hecho, pero que no dejan de ser bautizados a ser evangelizados. Estos influyen sobre los niños ante todo mostrándoles un mundo autosuficiente donde la religión no tiene ningún significado vital.
e.                   La ausencia de la actitud evangelizadora en la Iglesia: Aquí debemos mirar no a la Iglesia como tal, la cual desde siempre ha fomentado y puesto los medios para evangelizar; sino que debemos mirarnos a nosotros como comunidad parroquial. Miremos en general: los fieles no asumen su misión como catequistas, como “maestros” de la fe. En general, cada uno vive su vida, vive sus sacramentos, sus angustias, sus cosas. La gente, que ignora la fe pero que busca a Dios, viene a la Comunidad parroquial, ¿encuentra una actitud de acogida fraternal? ¿encuentra el testimonio entusiasmante de una fe vivida y compartida? ¿encuentra una palabra sabia o una enseñanza clara de cómo vivir su fe?. El catequista no es un maestro que cobra un sueldo y que cumple una función horaria. El catequista es un discípulo que siempre está en disposición de transmitir la fe con el testimonio de su alegría y con la enseñanza de su palabra.

d-                  Conclusión:

Reconocer este marco vital, nos lleva a buscar algunas actitudes necesarias para que nuestro ministerio sea fructífero:
-                      una vivencia sentida de la fe que contagia
-                      Conocer nuestra fe, no conformarnos con lo que sabemos de siempre.
-                      Considerar la catequesis como ministerio que nos ha confiado el Señor y que forma una parte esencial de nuestro ser comunidad
-                      Conformar una “comunidad” entre todos los animadores de la catequesis, y no aislarnos
-                      Darle gran importancia a nuestra presencia, en lo que corresponde, como elemento evangelizador y cumplimiento de nuestro ministerio. El catequista es “el que está”
-                      Sentirnos parte de una gran Comunidad de fe: la Parroquia.

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